viernes, 26 de octubre de 2012

Pequeños Escenarios Perdidos en el Tiempo



La llegada de nuestra dulce estrellita
Las hojas ocres adornaban aquel lugar, no podía evitarlo, sentía algo de aprensión, nervios y ansiedad, mientras Max estrechaba mi mano con suavidad.
Y es que llevábamos dos años desde que pisamos por primera vez aquella gran casona, aun recuerdo que me sentía nervioso, pero no tanto como ahora…
Orfanato Sacred Heart, podía leerse en una placa de bronce gastado en la reja que separaba el jardín de la calle, como un pequeño mundo aparte, exclusivo y en mi caso, aprensivo…
Pero por fin después de tantas vueltas, idas venidas, exámenes, investigaciones, de exponer no solo nuestra vida cotidiana, sino hasta lo más profundo de nuestro ser a desconocidos, para que estos determinaran si éramos o no aptos para poder darle amor a un niño.

Pero él lo valía… con solo recordar aquella primera vez que nos vio, recupero las fuerzas para seguir peleando por él. Porque Mathy nos encontró… y nos adoptó… Max y yo estábamos aprensivos, caminábamos mientras veíamos a los niños jugar y realizar diferentes actividades, cuando algo se abrasó a la pierna de Max, y al bajar la vista nos topamos con unos ojitos dulces, castaños e inocentes, supimos en ese instante, que habíamos encontrado a nuestro hijo…
Y ahora, dos años después por fin podíamos buscarlo, ni siquiera escuché lo que me decía la directora del lugar, solo podía moverme ansioso hasta que una de las celadoras trajo a nuestro pequeño, ya vestido y listo , desde ese momento, desde el momento que me levanté de la silla y le cargue, juré no soltarlo nunca más…
Max, por otro lado, parecía encantado pero temeroso de lastimar al pequeño , se veía tan chiquito en sus brazos …
Mathy es un bebe precioso, tiene tres años de edad, de ojos castaños y cabello rubio oscuro, es muy curioso, y cuando digo MUY curioso, no exagero… por dos años estuvimos visitándolo, y cada una de nuestras llegadas era ver una luz única en sus ojos, ni hablar de que m corazón se moría de ganas de que al fin pudiera llamarlo nuestro hijo… adoptó todas nuestras mañas, la curiosidad e hiperactividad de Max, y también mi gusto por las cosas dulces avainilladas.
-Alex – Max me llamo despacito y tendió los brazos para sujetar a Mathy y ponerlo en la sillita trasera, si había sido meticuloso al extremo, acondicionando toda la casa para recibir a nuestro hijito…-
Mathy por otro lado miraba todo con sus ojazos brillantes, mientras Max le cantaba canciones infantiles y yo trataba de concentrarme y conducir hasta nuestro departamento.
Al fin llegamos a nuestro hogar, es un piso completo en nuestra ciudad, cerca de la editorial donde trabajo y también cerca del colegio primario, en donde Max da clases de educación física.
Cuando entramos, lo primero que hiso Mathy es correr al sillón, donde Dil, mi viejo amigo felino, dormitaba plácidamente y casi ni se inmutó por la repentina avalancha de balbuceos y palabritas sueltas, caricias y apretujones , después de todo, Dil estaba acostumbrado a mis estados de ansiedad adolecente… ya nada podría sorprender al anciano felino.
Aquella tarde fue la primera, de muchas que siguieron, llenas de risas… abrazos… del calor de una familia….
A la noche, luego de su primer baño, y ya dormidito en su nueva cama, pude ver a Max, arrodillado a su lado, acariciando su manita, pude ver con la tenue luz de noche del cuarto, que al fin su felicidad estaba completa…
Y la mía…
El sol y la luna... Habían encontrado al fin su estrella…


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